De hecho, son peores. ¡Usan nuestras cremas, se depilan, tienen más ropa en el armario, van al club cuatro horas
al día y son sensibles! Yo no quiero un hombre sensible, quiero un hombre que me abra la puerta del coche, me defienda si
entra un ladrón en mi casa, sepa conducir y no llore mirando los puentes de Madison. ¿Pero cómo encontrar a ese hombre?
Yo ya no distingo a los metrosexuales de los homosexuales o los heterosexuales. Antes era más fácil. Un hombre
llevaba un pendiente y estaba claro, era gay. Ahora tienes que hacerle un test para descubrir de qué palo va. El último hombre
con el que he ligado pasa más horas en la peluquería que yo, se pinta las uñas, se gasta un patón en ropa de marca y es un
narcisista de narices.
Pero lo peor viene a la hora de cenar. No se limita a limpiar los platos o recoger la mesa como haría cualquier
hombre normal. No. Cada día, entra en mi cocina, lo ordena todo a su manera y decide por mí qué es lo que tengo que comer.
Y no estoy hablando de unos macarrones y un bistec a la plancha. ¡Qué va! Cocina
cosas raras que no sabía ni que existían, como el tofu.
Pero el otro día pasó algo con lo que una no puede luchar. Le pedí que ayudara a colgar un cuadro y resulta
¡que no sabía hacerlo! En aquel momento me di cuenta de que aquella relación no iba a llegar a ningún lado.
¿Pero que está pasando? Si un hombre ya no puede colgar un cuadro o cambiar una rueda del cohe ¿de qué narices
me sirve? Para eso me voy a vivir con una amiga. Porque no nos engañemos, desde que existen esas cosas que vibran, ¿para qué
necesitamos a un hombre si no puede ni montarte una mesa del Ikea? Es desesperante. Cuánto daño ha hecho David Beckam al mundo
masculino en general. Yo sólo quiero un hombre de verdad, que vea el fútbol a la hora de cenar y me deje en paz.
IMMA SUST. PERIODISTA
METRO.